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jueves, 14 de mayo de 2015

Trilogía Mad Max



En 1979, una cinta australiana protagonizada por un todavía, por aquel entonces, desconocido Mel Gibson irrumpió con gran éxito en las pantallas norteamericanas (en España no tuvo demasiada visibilidad, en parte debido a las críticas y censura que sufrió por su violencia. De hecho, aquí la saga empezó a ser conocida por su segunda entrega, que hizo que mucha gente buscara conocer entonces los acontecimientos que se narraban en esta cinta).

“Mad Max” nos presenta un mundo que se está cayendo a pedazos. No nos cuenta muchos datos, pero es evidente que el mundo tal y como lo conocemos (o como lo conocían en aquella época) está dejando poco a poco de existir, y la civilización se está perdiendo en una espiral de violencia y desorden social. Eso, sumado a la crisis por la escasez de petróleo, han convertido las carreteras en el lugar más peligroso que hay, donde bandas de motoristas y criminales campan haciendo lo que les viene en gana. Tan solo una pequeña unidad de patrullas policiales que vigilan las carreteras intenta mantener un cierto orden, aunque tienen muchas dificultades. Dentro de esas patrullas, Max Rockatansky es, como mínimo uno de los miembros más destacados. Rápido al volante y efectivo en su trabajo, Max debe intervenir en una persecución que unos compañeros están realizando sobre “El jinete nocturno”, el líder de una banda de pandilleros. Cuando el jinete muere durante la persecución y su banda se entera, comienzan a planear su venganza contra los patrulleros.

Una de las cosas en las que creo que la película acierta es en no presentar, ni siquiera en los momentos más “felices” del personaje, a Max como un héroe. Por mucho que sea policía, y además de los buenos, Max es un hombre que tiene muchas dudas acerca de su trabajo, pensando en dejarlo en varias ocasiones, y se encuentra alejado de ser un hombre que mantiene y lucha por sus ideales por encima de todo. Preocupado por la seguridad de su mujer e hijo, Max no termina de confiar en lo que representa, y además tiene con luchar con cierta oscuridad interior que le hace tener miedo de convertirse en aquello contra lo que ha jurado luchar.

Jugando con esos temas, siendo la venganza el principal de ellos,  “Mad Max” nos presenta una cinta mayoritariamente de acción que no se corta a la hora de usar la violencia (no creo que sea para tanto, pero supongo que en aquella época no era tan usual) cuando es necesario para retratar todavía más el estado en el que se encuentra la sociedad (o lo que queda de ella). Se nota que el presupuesto no era elevado, ya que no cuenta con muchos efectos especiales, lo que la dota de una mayor autenticidad, logrando unas escenas de persecución vistosas, acompañadas con un montaje de ritmo elevado. Simple en esencia (ni su historia ni su guión revolucionan nada) pero bastante eficaz, “Mad Max” mezcló con acierto el futuro distópico que proponía que un tono que recordaba al western, logrando una cinta curiosa y entretenida. La película contó con un presupuesto de 350.000 dólares y logro recaudar 100 millones, por lo que no se dudó en continuar con las aventuras de Max.


Dos años después de lo ocurrido en la primera entrega, Max volvía a las carreteras con una nueva aventura. El “apocalipsis” que la película anterior  dejaba entender que iba a ocurrir de manera inevitable ha sucedido ya, por lo que, a diferencia de su predecesora, Mad Max 2 comenzaba, además de con un breve recordatorio de lo ocurrido en la cinta anterior, contándonos brevemente lo que había ocurrido para que el mundo acabara convertido en lo que se nos presentaba en la secuela.


Lo primero que llama la atención es el cambio en la estética. En la primera, las carreteras casi vacías eran una seña característica, pero aún podía observarse cierta vida en ellas, así como zonas verdes, vegetación, etc. El panorama en la secuela ha cambiado mucho, ya que la desolación y los parajes desérticos dominan la película. No queda rastro de civilización, las propias carreteras están destrozadas, llenas de vehículos rotos, e incluso el aspecto de los personajes ha cambiado bastante, pasando a un look mucho más punk y peinados más llamativos. 

Esta secuela aborda desde el principio la problemática de la escasez de combustible. La gente se mata por conseguirlo y Max, que tras los acontecimientos de la primera entrega se ha convertido en un forajido más, no es una excepción. El argumento nos muestra a Max encontrando una antigua refinería habitada por un grupo de supervivientes, que poseen una gran cantidad de gasolina. La refinería es constantemente atacada por un grupo de pandilleros que buscan hacerse con el preciado combustible, y Max ve en la posibilidad de ayudarles una oportunidad para conseguir su propio beneficio, en este caso, una parte de la gasolina.

“El guerrero de la carretera” apuesta más por la acción y el espectáculo puro, a diferencia de la película anterior. La historia y los personajes están mucho más predispuestos para ello, y además, el tono general de la cinta se acerca mucho más al western de lo que lo hacía la cinta original. No son pocos los paralelismos que pueden establecerse entre el argumento de la película y el de un western común, siendo fácil identificar ciertos elementos: la refinería podría ser un fuerte, los pandilleros los indios y Max, como la caballería que viene a ayudar a los civiles, por ejemplo. En mi opinión, estamos ante uno de esos casos en los que una segunda parte supera a la original (lo que convierte a la segunda entrega en la mejor de la trilogía) El giro hacia la acción y el espectáculo le vienen muy bien a la saga: no hay más que ver la larga persecución final que tiene lugar, que, a pesar de sus fallos de racord, está realmente lograda, y más teniendo en cuenta que no se contaban con los medios que existen hoy en día y que todas las escenas, choques y accidentes se grabaron de verdad.

Así, la película entra en un terreno de entretenimiento puro y duro en el que sabe cumplir muy bien, consiguiendo que los tópicos con los que cuenta encajen bien y que los poco más de 90 minutos de duración se pasen volando. Un buen ejemplo de cine de acción y entretenimiento que se ganó ser una de las más icónicas de su época.


Y llegamos a la, hasta ahora, última entrega de la saga. En 1985 se decidía traer de vuelta a Max para que protagonizara su tercera temporada. El resultado fue una cinta que, aunque distraída, no está a la altura de las dos anteriores, especialmente en su segunda mitad. 

En “Más allá de la cúpula del trueno” nos encontramos con un Max vagando por el desierto que llega a la ciudad de Truequelandia, lugar donde tipos de dudosa calaña viven y comercian, pero donde a pesar de las dificultades, mantienen sus reglas, entre ellas que cuando dos personas tienen discrepancias lo solucionan con una pelea a muerte en la cúpula del trueno. Bajo tierra, la ciudad se mantiene gracias a la producción del metano, y Tía, la jefa de la ciudad, quiere que Max elimine al hombre que controla ese submundo.


El principal problema con el que cuenta la cinta es que no posee el espíritu de las dos anteriores. Si acaso en su comienzo, pero no tarda en desviarse hacia un tono más desenfadado, que la alejan de sus predecesoras. Y eso se hace especialmente evidente en su segunda mitad, cuando, fuera de Truequelandia, Max se encuentra con un grupo de niños que han crecido con historias sobre un mundo que ya no existen, y que creen que Max es una especie de mesías que ha venido a rescatarles. Si ya la primera mitad flojeaba, esta parte centrada en los niños no pega nada con el resto de la saga.

Los niños resultan cansinos (no tienen nada que ver con el tratamiento que se le daba al niño salvaje de “El guerrero de la carretera” por ejemplo), y suponen un cambio en el personaje de Max que no es coherente, creíble ni natural con la esencia del personaje. No es la primera vez que Max ayuda a la gente, pero mientras que en la segunda entrega aún dejaban abierta cierta ambigüedad, que creo que indica más que ayuda por egoísmo y por su propio beneficio, en esta tercera entrega Max casi acaba pareciendo una hermanita de la caridad.

A pesar de que es la entrega con más presupuesto, las escenas de acción no son tan vistosas (la persecución del tren no está a la altura de la del camión de su predecesora), y no encontramos a nadie destacado entre el resto de personajes. Tina Turner, sin ir más lejos, no da la talla como la supuesta villana de la historia (si es que llega a actuar como tal en algún momento), lo que supone un bajón notable en este aspecto. Es una pena que surgiera una tercera entrega decepcionante después de una segunda entrega tan entretenida. Las cintas de Mad Max no son ninguna obra maestra, pero “Más allá de la cúpula del trueno” desentona con el tono y nivel general de la saga. Si se les habían acabado las ideas, casi me alegro de que no siguieran haciendo más películas en su momento.

Notas: Un 6 a la primera, un 7 a la segunda y un 5 a la tercera.

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